Poner límites es un acto de amor y de responsabilidad, que les hará sentirse seguros y que les ayudará en su desarrollo y en el de su autoestima. Los límites son muy importantes y dan seguridad. Por eso no hay que tener miedo en poner límites, adecuados a su edad, desde temprana edad, pero sobretodo en la adolescencia. Estos límites pueden ir cambiando en función de las necesidades, la edad, las circunstancias…
Tenemos que tener muy claro, que las relaciones entre padres e hijos son verticales, no horizontales. No somos sus amigos, somos sus padres, sus educadores, y tenemos que actuar en consecuencia. Los adultos somo los que ponemos los límites, si es en colaboración con ellos mejor, y ellos son los que tienen que cumplirlos.
Hay que darles responsabilidades, fomentar su autonomía, trabajar su autoestima, quererles… pero no debemos olvidar que es muy importante que tengan claros los límites y los respeten, porque un niño que crece sin límites se convertirá en un adolescente “tirano”. Obviamente, este trabajazo es previo a la adolescencia y debe hacerse mucho antes, pero si no se ha hecho todavía estamos a tiempo de reconducir determinadas actitudes con amor y firmeza, con límites y consecuencias.
La adolescencia es un momento crucial. Por eso les ayudamos mucho con los límites, diciéndoles cuál es el camino, eso les da seguridad. Tenemos que evitar a toda costa la sobreprotección y la dejadez. No son mayores, son adolescentes (niños todavía), nuestra función como padres no sólo no ha terminado, sino que se encuentra en su punto álgido. Hay muchos peligros, sí, y queremos evitarles pasarlo mal, también, pero sobreprotegiéndoles no les preparamos para la vida, no les hacemos bien e impedimos que aprendan a gestionar emociones y habilidades que les van a hacer mucha falta en su vida adulta.
La ausencia de límites les crea inseguridad, incluso en algunos casos ansiedad, además abren la puerta a las faltas de respeto. Si no hay límites en casa, no los cumplirarán en el colegio, en un trabajo, en la sociedad…
Teoría de la atribución
Esta teoría, usada en psicología, es muy sencilla y muy de sentido común, pero aplicándola conseguiremos tener unos adolescentes responsables y consecuentes. Consiste básicamente, en hacerles protagonistas de su vida y que se responsabilicen de sus actos, buenos y malos, asumiendo las consecuencias que se derivan de ellos.
Los adolescentes, y los niños en general, tienen que saber que todos sus actos tienen consecuencias, buenas o malas, y que hay que asumirlas. Si lo analizamos, y en eso los adolescentes nos ganan por goleada, todo se puede justificar con circunstancias externas a nosotros (excusas) y como padres nos tienen que dar igual cuando las usen para tirar balones fuera. Ellos son protagonistas de su historia siempre y tienen que asumir responsabilidades y analizar cómo pueden hacerlo mejor. El ejemplo más clásico es el cole: “he suspendido porque el profe me tiene manía”. Es una circunstancia externa (que seguramente no sea verdad) una excusa. Nuestra respuesta tiene que ser del tipo “y qué has hecho tú para no suspender?” o “qué crees que puedes hacer para que no vuelva a pasar?”. El foco tiene que estar siempre sobre ellos.
Tenemos que enseñarles, cuánto antes mejor, que no nos interesan las circunstancias externas, que ellos son los protagonistas, los responsables, y que en sus manos está que la próxima vez el resultado sea diferente. No sirve más que para fomentar el síndrome del niño emperador el hecho que creamos a pies juntillas todo lo que nos dicen y que defendamos lo indefendible por ellos. Hay que escuchar su versión, sí, pero hay que contrastarla y usar la teoría de la atribución para situarles en el foco (ellos suelen situarse a un lado).
Consecuencias
Cuando uno no cumple con los límites establecidos o pactados, dependerá del caso, tiene que haber (siempre la hay) una consecuencia (que no un castigo). Las consecuencias, a diferencia de los castigos, tiene que estar relacionada con el hecho en sí. Los padres de hoy tenemos muchas tendencia a castigar el móvil por cualquier cosa, pero tenemos que buscar consecuencias relacionadas con lo que han hecho, si no se convierten en castigos (que no nos ayudan). El adolescente tiene que entender que es una consecuencia lógica al acto, no algo arbitrario. Por ejemplo, si lo castigamos porque no ha entregado un trabajo o no ha hecho los deberes podemos sentarnos con él, toda una tarde, a que lo haga, ampliando lo que se le había pedido.
Algo que funciona muy bien en esta etapa es dejar los acuerdos importantes por escrito. Pactar con ellos, escribirlo juntos en un papel y escribir cuál será la consecuencia si eso no se cumple. No hace falta firmarlo, aunque si lo firmáis los dos es como más formal y comprometido. En caso de que se cruce el límite o se rompa el acuerdo sólo hay que sacar el papel y recordar la consecuencia, que será de aplicación inmediata. Este “contrato” o acuerdo evita muchas discusiones, y evita que se tergiverse el acuerdo inicial.
Pero lo importante, de verdad, es hacerles reflexionar sobre las consecuencias naturales de sus actos. Por ejemplo, si nos ha mentido hay que hacerle entender que ha traicionado nuestra confianza y aunque le queremos y se lo perdonamos todo esa confianza se la va a tener que volver a ganar. Eso además de la consecuencia pactada, si la hay.
Pautas para poner límites y consecuencias eficaces
- Hay que cumplir siempre con lo pactado con ellos, si es el caso, o mantenerse firme en el límite y la consecuencia establecidos. Cuando es no, es no.
- Evitar la sobreprotección y la permisividad. Es imposible educar sin intervenir, y eso hay que tenerlo claro.
- Ser coherentes. Los límites y las consecuencias tienen que ser siempre los mismos para las mismas situaciones y no variar en función de nuestro estado de ánimo.
- Confiar en ellos hasta que nos demuestren lo contrario. Primero confiamos, si no resulta, reconducimos.
- Tener en cuenta que cada promesa o amenaza no cumplida es un paso atrás ante nuestros hijos, porque luego dudarán de nosotros y de nuestra palabra.
- Escucharles mucho. A veces algo que no vemos importante para ellos es un mundo e igual se puede negociar, o no.
- Valorar el esfuerzo y el proceso. A veces los resultados no son inmediatos y pueden decaer en algún momento, que eso no empañe el esfuerzo que han hecho hasta el momento.
- Recordarles que les queremos incondicionalmente y por eso queremos lo mejor para ellos y su desarrollo.
- Enseñarles responsabilidad y respeto. Sus actos tienen consecuencias y crecer es asumirlas.
Educar no es tarea fácil, y poner límites tampoco, por eso es importante tener en cuenta que los padres también somos aprendices en esto de educar a nuestros hijos y leyendo, formándonos y acudiendo a charlas especializadas, podremos aprender mucho. Pero sobretodo aprenderemos escuchándoles. Porque no hay mayor maestro que un hijo.
¿Qué te ha parecido? ¿Conocías la Teoría de la atribución? ¿Usáis consecuencias en casa, o castigos? Me encantará concer tu opinión en los comentarios 😉
2 Comments
Mony
10 febrero, 2020 at 16:49Voy a imprimir las pautas y ponérmelas en la nevera ¡Gracias Eulàlia!
Eulàlia Carbonell
10 febrero, 2020 at 17:47Gracias a ti por la confianza! Parecen obviedades, pero a veces se nos olvida 😉